Cuentan que había un perro muy pesado y maleducado, que no desaprovechaba la ocasión para morder a toda persona que pasase cerca de él.
Apenado y para evitar males mayores, su dueño optó un día por colocarle una campanilla al cuello, que alertase a todos de la presencia del can y lo evitasen, para no ser mordidos.
El perro no comprendió el significado y objetivo de la campanilla y fue a presumirla a la plaza, donde la hizo sonar con ostentación.
Cerca de él había una perra que le superaba en experiencia y conocimiento y sin pensarlo le comentó:
-¿Realmente no sé cuál es la causa de que presumas tanto? Si es por la campanilla vas listo amigo, pues no te la han puesto por causa de tus virtudes o buenas cualidades, sino para alertar a todos de tu maldad y malos hábitos.
Entendido esto el perro bajo la cabeza y nunca más hizo sonar su campanilla con alarde. Comprendió que había ganado la campanilla por malo, y más que una ganancia era un castigo que debía cumplir, para resarcir todo el daño que había hecho.
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