Había una vez un conejo muy astuto y travieso llamado Perico, que tenía un espléndido pelaje color blanco y una bella y arreglada casita, en la que era muy feliz.
Perico tenía por costumbre ir cada tarde a un profundo pozo en el que se tiraba a descansar mientras tomaba el sol y bebía rica agua cada vez que la sed asomaba a su cuerpo.
Sin embargo, un día esta costumbre de Perico le trajo una mala pasada. Resulta que cerca de allí pasó el malvado lobo, que con su escopeta y fiereza tenía asustados a todos los animales de la comarca, a los que robaba sus pertenencias.
Aquel que se resistiese a las amenazas del malvado animal podía pagar con su vida o, en el mejor de los casos, llevarse una fea herida producto del perdigonazo que el lobo les lanzaba con su arma.
Tan cerca estaba el lobo de Perico ese día, que este no vio cómo evitar al fiero animal y entendió que lo mejor era pensar un buen plan y rápido.
Así, cuando el lobo llegó al pozo ya el conejo lo tenía todo ideado.
-Dame todas tus pertenencias sin chistar o pagarás con tu vida –dijo con fiereza el temido animal.
Pero Perico hizo como si no lo hubiese escuchado y fingió estar llorando y lamentándose por algo mayor que el resto de sus pertenencias.
-¿Por qué precisamente hoy tenía que pasarme esto a mí? –gemía Perico.- Venir a perder exactamente hoy mi gran medalla de oro.
Al escuchar hablar de oro el lobo se desentendió de todo lo demás.
-¿Cómo que oro? ¿Qué medalla? ¿Dónde? –preguntaba incoherentemente a Perico.
Astutamente este le dijo:
-Una medalla de oro muy grande que mi familia siempre ha poseído y que tontamente se me ha escabullido de las manos, para ir directo al fondo del pozo. Tendré que sumergirme y buscarla.
-Alto ahí orejón –ordenó el lobo. –La buscaré yo pues será para mí esa medalla, así que quieto, no te muevas y explícame sin chistar dónde exactamente se cayó.
Sin pensarlo el lobo se desprendió de su ropa y escopeta, y descendió al fondo del pozo.
Buscó y buscó, pero no hallaba nada, solo escuchaba la bulliciosa risa de Perico, que lo había engañado fácilmente.
-¿De qué ríes? –preguntó a Perico.
-Pues vea usted, me río de que vino a robarme y ahora será usted el dañado. Me llevaré sus ropas y su escopeta, y más nunca asustará ni robará a ningún otro animal –explicó el conejo, que dicho y hecho, dejó desnudo y desarmado en el fondo del pozo al tonto lobo.
Cuando este pudo salir del pozo fue motivo de burla por andar desnudo. Más nunca estafaría ni haría temer a nadie más, y todo gracias a la astucia del conejo Perico.
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